L'otro día me está enseñando una compañera su coche nuevo, y claro, con la felicidad normal en estos casos, que incluye dedicar un tiempo específico y amplísimo a la maravillosa pantalla táctil central: que si hace esto, que si hace lo otro, que mira la de cosas que trae, que patatín, y que patatán. La mujerica, feliz y epatada con su pantallaca.
Y servidora, que es muy discreta y además se lleva muy bien con la muchacha propietaria, pues se calla lo que opina de estas mierdas, porque... a qué le vas a estropear la ilusión, así que cara de interés, ajá, jumm, pasamos el trámite con nota.
Acto seguido, servidora se coge el coche de su santa esposa, que lleva una de ésas horribles y asquerosas megapantallas multicosas táctiles, y que cada vez que hay que usarla juro en arameo (a pesar de que con los mandos en el volante y las instrucciones vocales, aún se puede sobrevivir a la imposición de estas mierdas), y aprovechando el buen día, abrimos la capota y salimos a airear el cartoncillo.
Hete aquí, que llevando el sol de espalda, servidora empieza a percibir un molesto -y peligroso- reflejo, que me lleva a pensar lo más lógico: "coño, ya nos están invadiendo los alienígenas y atacan con sus haces de luz cósmica y cegadora". Naturalmente busqué por el cielo a los hermanos de ET, pero nada. Ni siquiera era un Pegasus de le penetérica lanzando su láser castigador.
No hamijos, no: era el reflejo del sol en la puñetera pantalla táctil, dificultando la visión frontal, periférica, tridimensional y miope de este humilde superhéroe de la conducción.
Huelga decir que tampoco se veía absolutamente nada en la pantalla. Y nada es nada de nada. Cero. Niente. Negra y reflectante, la hijaputa. Como el alma de un burro.
Reconozcamos, pues, que se ha conseguido la cuadratura del círculo: las pantallacas, además de molestas y de distraer completamente de lo importante, pueden llegar a ser perfectamente inútiles en circunstancias tan anormales en un coche, como que les dé el sol en condiciones. Es muy complicado hacerlo tan mal, pero se ha conseguido: vinieron para quedarse. Larga vida a las pantallas.
Son, sin duda, uno de los mayores avances en el diseño automovilístico, y se comprende que millones de conductores bien formados e informados, abracen con entusiasmo este avance único, que tantos momentos de gloria dará en la exhibición al cuñao/vecino/primo de Murcia.
Hala, ya pasó.
Y servidora, que es muy discreta y además se lleva muy bien con la muchacha propietaria, pues se calla lo que opina de estas mierdas, porque... a qué le vas a estropear la ilusión, así que cara de interés, ajá, jumm, pasamos el trámite con nota.
Acto seguido, servidora se coge el coche de su santa esposa, que lleva una de ésas horribles y asquerosas megapantallas multicosas táctiles, y que cada vez que hay que usarla juro en arameo (a pesar de que con los mandos en el volante y las instrucciones vocales, aún se puede sobrevivir a la imposición de estas mierdas), y aprovechando el buen día, abrimos la capota y salimos a airear el cartoncillo.
Hete aquí, que llevando el sol de espalda, servidora empieza a percibir un molesto -y peligroso- reflejo, que me lleva a pensar lo más lógico: "coño, ya nos están invadiendo los alienígenas y atacan con sus haces de luz cósmica y cegadora". Naturalmente busqué por el cielo a los hermanos de ET, pero nada. Ni siquiera era un Pegasus de le penetérica lanzando su láser castigador.
No hamijos, no: era el reflejo del sol en la puñetera pantalla táctil, dificultando la visión frontal, periférica, tridimensional y miope de este humilde superhéroe de la conducción.
Huelga decir que tampoco se veía absolutamente nada en la pantalla. Y nada es nada de nada. Cero. Niente. Negra y reflectante, la hijaputa. Como el alma de un burro.
Reconozcamos, pues, que se ha conseguido la cuadratura del círculo: las pantallacas, además de molestas y de distraer completamente de lo importante, pueden llegar a ser perfectamente inútiles en circunstancias tan anormales en un coche, como que les dé el sol en condiciones. Es muy complicado hacerlo tan mal, pero se ha conseguido: vinieron para quedarse. Larga vida a las pantallas.
Son, sin duda, uno de los mayores avances en el diseño automovilístico, y se comprende que millones de conductores bien formados e informados, abracen con entusiasmo este avance único, que tantos momentos de gloria dará en la exhibición al cuñao/vecino/primo de Murcia.
Hala, ya pasó.
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