No puedo estar más de acuerdo con el artículo.
Y da igual: efectivamente vamos irremediablemente directos a un concepto completamente distinto de automoción, en el que ya no hablamos de conducir un coche, sino de transportarte en algo que seguramente ni siquiera será tuyo. De conducirlo, ni hablamos.
La hiperconectividad tiene sus pros evidentes, pero también un contra inicial: no se puede disfrutar de la conducción si vas disfrutando de la conectividad. No es compatible: o lo uno, o lo otro. O conduces, o ves películas en tu pantalla. O conduces, o lees los wasap de la suegra. O conduces, o te pierdes tiempo en "configurar" tu coche en 300 páginas de "ajustes personalizables".
Que uno comprende que al paisano que lleva 12 o 14 horas fuera de su casa, trabajando, le apetece que el coche se lo dé todo hecho, y no está para disfrutar de la conducción; o que al que mete familia, suegros y colchonetas en su SUV híbrido gigante camino de Benidorm, le importa un carajo la configuración de su suspensión trasera. O... (la casuística es interminable)
Pero aún quedamos muchos a los que se nos empañan los ojos de emoción ante un tramo de curvas -ni siquiera es necesario ir rápido-, en el que apagar radio, abrir ventanas o techo, y disfrutar de esa íntima comunión hombre-máquina-tiempo-paisaje, porque nos gusta conducir. Pero que, visto lo visto, lo vamos a tener más que crudo.
A partir de ahí, las etiquetas que nos casquen, francamente me importan un bledo, querida.